NO ESTAMOS EN EL MISMO BARCO


Mi barco puede naufragar y el tuyo no. Y viceversa.
Para algunos, la cuarentena está óptima: momento de reflexión, de re conexión. Suave, en chancletas, con un whisky o un té. Para otros, esto es una crisis desesperante.
Para algunos, una paz, tiempo de descanso, vacaciones. Para otros, una tortura: ¿Cómo voy a pagar mis cuentas?
Algunos están ocupados en elegir una marca de chocolate para pascuas. Otros están preocupados por el pan para el final de semana, si los fideos alcanzan para unos días más. Algunos están en el “home office” de su casa del country. Otros están revolviendo basura para sobrevivir.
Algunos quieren volver a trabajar porque se le está terminando la plata. Otros quieren matar a aquellos que rompen la cuarentena. Algunos necesitan romper la cuarentena para hacer cola en los bancos. Otros critican al gobierno por las colas en los bancos.
Algunos publican fotos de jubilados. Pero algunos de esos que publican fotos, seguramente podrían acompañar a algún familiar anciano.
Unos tienen fe en Dios y esperan milagros durante éste 2020. Otros dicen que lo peor está por venir. Entonces, amigos, no estamos en el mismo barco.
Estamos pasando un momento en el cual nuestras percepciones y necesidades son COMPLETAMENTE distintas. Y, cada cual, saldrá, a su manera, de esa tempestad.
Algunos, con el bronceado de la pileta. Otros con cicatrices en el alma.
Por tales motivos evidentes (y por otros invisibles), es muy importante ver más allá de lo que se ve a primera vista.
No solo mirar, pero más que mirar, ver. Ver más allá de partido político, más allá de religión, más allá del propio ombligo.
No menosprecie el dolor del otro si vos no lo sentís. No juzgue la buena vida del otro, no condene la mala vida del otro. Simplemente nadie es juez.
Estamos en barcos distintos. Cada cual que navegue su ruta y obviamente sin dejar de ser solidario.

Hacer política


No es que sea mi imaginación o una repentina figuración mía, pero el costo de hacer política es bastante elevado. Hay pesos y contrapesos que sumar antes de intentar siquiera alzar la voz para decir: “yo quiero hacer política”. En estos tiempos, ingresar a política es como embarcarte en un viaje por alta mar e ir contra la marea, sabiendo que los vientos pegan duro en todas las direcciones. La meta no solo es llegar ileso, sino también mantenerte incólume frente a una arena política sumamente movediza. 
El Perú de hoy, es un país del desengaño político. Los escándalos de corrupción al descubierto han confirmado que las sospechas de la población eran más que ciertas. El “todos roban” sí era una constante de la fórmula política. Corroborarlo nos ha dejado un mal sabor difícil de pasar. Ya no nos creemos el cuento y, por ello, el ambiente político se ha vuelto más álgido para quienes han decidido embarcarse en este viaje.
Con justa razón, la población exige renovación política, nuevos rostros, nuevos cuadros, representados sobre todo por jóvenes. Sin embargo, aunque nos cueste recordarlo, en el juego político participan tanto candidatos como quienes los elegimos. Por lo tanto, ambos jugadores deben estar a la altura de las circunstancias, dado que la responsabilidad es compartida.
Los políticos deben hacer, por un lado, una política diferente (cuya entraña no permita el desarrollo de la corrupción). Los ciudadanos, por otro lado, debemos renunciar a nuestro papel de críticos indiferentes, pues este rol no nos llevó a buen puerto. Los ciudadanos también requerimos una renovación, pero una renovación de mentes, ya que aún seguimos cargando una gigantesca mochila de prejuicios y arquetipos que nos predisponen a juzgar sin reflexionar.
Para entender lo que acabo de decir, vamos a utilizar el siguiente ejemplo. En estos días está circulando en redes un video de Julio Guzmán Cáceres donde aparece junto a la militancia organizada del Partido Morado en la ciudad de Trujillo, con motivo de la celebración de su cuarta cumbre nacional. Los seudocríticos han hecho mofa de la forma cómo se dirige a la población y de su particular estilo de relacionamiento con los militantes del partido que preside. No les cuadra su forma de ser y lo han tildado de payaso, comparándolo con un vendedor de redes de mercadeo, e incluso hay quienes señalan que su estilo es una réplica del programa religioso “Pare de sufrir”.
El costo de hacer política es, justamente, eso: recibir golpes desde distintas direcciones. Los ataques infundados siempre van a estar a la orden del día porque los prejuicios perduran. Las ideas preconcebidas siguen rondando entre la población. Por ejemplo, si ser político es sinónimo de seriedad (o mejor dicho de parquedad), el video de Julio Guzmán nos demuestra que él no encaja para nada en este perfil. Y por ende, la ola comunitaria lo desacredita sin mayor reflexión, tan solo por inercia.
Precisamente, estas valoraciones vacías son las que debemos evitar. Los ciudadanos responsables no podemos censurar a un político, sea cual fuera, por su estilo de hablar o por su forma de vestir, porque esto es en lo absoluto irrisorio. Hay que renovar nuestras mentes, ponernos los lentes de largo alcance y vaciar esa mochila de prejuicios. La seriedad de un político solo se mide en función de sus actos. Es ahí donde hay que enfocarnos.
En un país en el que reina la informalidad, los candidatos son, en su mayoría, personajes improvisados y acomodadizos que aparecen en escena como arte de magia, con el objetivo de servirse a sí mismos (y esto ya lo hemos corroborado). Por consiguiente, es ahí donde debemos colocar nuestra mirada para no caer en engaños ni tomar a pecho aquello que no debe pasar de una simple risa. La comicidad está reservada para la sección de anécdotas, pero de ningún modo puede influir en nuestras preferencias políticas.
Fernando Savater decía que no siempre nos movemos atraídos por la luz, a veces es la sombra la que nos empuja. En este caso, la sombra de la corrupción debe empujarnos a renovar nuestras mentes, a entender que el juego político nos concierne de una manera responsable. No podemos seguir siendo electores desinformados, ni dejarnos guiar como un rebaño que no piensa.
Los peruanos ya nos hemos equivocado lo suficiente como para cometer el mismo error. El precio de hacer política en un país del desengaño es elevado para quienes desean implantar una política diferente. Por ende, establecer obstáculos a la renovación política y la aparición de nuevos cuadros no es consecuente para un país que anhela el cambio. En lugar de incentivar el involucramiento de más personas serias, estamos impidiendo que esto ocurra al prejuzgar sin una base objetiva.
Es hora de asumir, por tanto, que la renovación es integral y pasa por un cambio de mentalidad de políticos como de electores, pues de no ser así el Perú continuará siendo un derrotero de lamentos. Ya estamos avisados entonces y lo único que nos queda es actuar. No olvidemos que la política es una lucha dual, no es un campo monopolizado para políticos. Los ciudadanos tenemos mucho que decir y nuestra intervención es clave. Entrar al mundo de la política no es cosa de bromas, es la actitud más seria que asume una persona en ejercicio de su ciudadanía.




Del pesimismo a la esperanza de la República

Últimamente leo o releo las memorias de Basadre, un libro que me regalo mi hermana, porque según ella era un libro aburrido, cuyo autor es el Profesor Ernesto Yepes.

Lo leo con cierta avidez tratando de imaginar al propio Jorge Basadre hablando frente a mí, pero es solo una idea extraña que no ocurre, quizás porque la habitación donde vivo es pequeña y lejana o porque aquel hombre Universal está ocupado en las mentes de los intelectuales del mundo. Entonces trato de imaginar y me pregunto ¿con quién se sentaría Basadre a conversar de tú a tú?, con un poco de frustración apaciguada levanto la mirada y veo mi viejo libro de “Artículos Escogidos” de Manuel González Prada, otro coloso de la intelectualidad peruana, y me atrevo a imaginarlos a González Prada y Jorge Basadre conversando sobre la política actual, sobre la coyuntura social del Perú.

En las primeras ojeadas del libro de “Artículos Escogidos”, ya entreví ese contagioso pesimismo en fraseología perfecta de Manuel González Prada diciendo que el Perú es un país podrido hasta los forros, recordando su elocuente y distintiva frase, dicha hace casi 100 años y que parece viajar a través del tiempo “El Perú es un organismo enfermo: donde se pone el dedo, salta la pus"; nos dijo Prada de nuestro enfermo Perú haya por el año 1928, hoy 2019 ya casi en fase terminal; es un infectado crónico, exangüe y postrado en una inmovilidad senil, expirando nuestro destino republicano.

Un pesimismo ultranza que ni en la novela Fahrenheit 451 de Ray Bradbury se gozaría de tanta desesperanza, y creo surgida por una crisis de conciencia adicta al entretenimiento embrutecedor en el que nos regodeamos; porque los ciudadanos no conectan el trabajo físico con el intelecto, porque desde siempre la alimentación de calidad y la buena educación tuvo apellido de abolengo y zapatitos de charol. No era para los cholos, ni para los negros, ni para mí (ni para ti que estás leyendo) el peruano tenía y tiene que sobrevivir porque sin el vientre no funciona la cabeza, puede haber ojos que no lean, pero no existe estómago que no coma.

Es allí cuando nuestra libertad pende de un hilo, cuando irremediablemente renuncias a leer y comienzas a agrietarte y te asalta la idea de Marco Aurelio De Negri en lo que el llamo el padecimiento del “inmediatismo” que sufre el humano, la escasa proclividad a realizar algo de esfuerzo, su adhesión a lo baladí, al fanatismo, a desear todo con esfuerzo cero, de no querer sudar el pan, su voluntad ridícula de querer adelgazar sin hacer ejercicio, su trivial forma de sentirse realizado con dos cervecitas en la cabeza.        
               
Quizás algún poder etéreo se ensaño con el Perú para darle esa clase dominante que son convertidos en gobernantes por esa clase de habitantes creo kilómetros en discernimiento, que los elige para luego abrigar razones de sobra y odiarse entre sí, pero que paradójicamente conviven, hasta se reeligen con lo que van nutriendo el sarro del resentimiento social. Pero no importa; mientras halla carnaval de pollera y cerveza por cajas el Perú es lindo. Es todo un drama, pero creo como un consuelo, el único castigo peor que vivir ese Perú, es quizás; la maldición de nacer en Haití, eso sí debe ser triste.

Me quedo mirando al vacío pensando en mi país, mi patria. Para aliviar y sacudirme de ese pesimismo sublime de Prada, me sirvo un vaso de Disaronno, mi licor favorito para fisgonear mis libros. Pero me ocurre una torpeza, “hay guevetas” -como me diría mi madre- derramé un poco de licor sobre “La Promesa de la Vida Peruana” de Basadre.

Rápidamente para evitar que se peguen las hojas de mi libro comencé a pasar una  a una, para que sequen, en ese procedimiento encontré una expresión que parafrasea un poco la tarea que tenemos, no solo como peruanos, sino como latinoamericanos, que claramente refleja la realidad de ésta parte del continente, extraída de la experiencia de Basadre en el mundo, decía “Los Estados Unidos de Norteamérica y los Estados Desunidos de Suramérica”; en definitiva un rompecabezas de repúblicas en pañales con democracias que gatean en busca de la teta. Comencé a sentir que el pesimismo es real, existente, pero tiene un sentido de oportunidad “Perú; Problema y Posibilidad” otra obra visionaria de Basadre.

Pero bueno; tenía que secar las hojas de “La Promesa de la Vida Peruana”, conforme soplaba y leía fui recordando algunos pasajes al releer las páginas húmedas del libro, e irlos relacionando con la coyuntura política de hoy Basadre nos dice -al contrario que González Prada- pensar y actuar positivamente ante la realidad, que la vida de la nación es una posibilidad que solo depende de los peruanos, que en nuestras manos está terminar ésta república inconclusa, que pasemos del problema a la posibilidad e incluso a la promesa. En ese momento me detengo y miro mi botella –pero si solo tome dos vasos-  el licor puede embriagar, y un libro también.

Tratando de secar las hojas, sigo leyendo intentando salir del pesimismo de antaño, pero encuentro similitud, entre Basadre y González Prada; al referirse a los peruanos de aquella época, pero cuya descripción parece calzar como zapatito de cenicienta a los peruanos de hoy. Cuando Basadre señala que los compatriotas son unos congelados, que tienen la entraña podrida, que son peruanos únicamente de emociones incendiadas que solo vociferan expresiones de ira y desengaño. Que los propios peruanos son encubridores de injusticias cometidas contra otros peruanos, pecadores impunes, cínicos de oportunidades mal gastadas. Antirrepublicanos serviles y de falsos alardes. En un momento pensé -que visión psíquica y aguda de Basadre- y pensar que éste libro que secaba con mi aliento fue publicado por primera vez el año 1943.

Quiero contagiarme de la esperanza de Basadre en sus memorias; allí él nos obliga a reaccionar contra estos adjetivos antirrepublicanos, a tener optimismo ante nuestra historia, él mismo habla de la maldición de los autogolpes y gobiernos De factos que hemos sufrido siglo y medio desde nuestra independencia como historiador que es, pero que a pesar de ello Basadre expresa que contra todo hecho serio de nuestra historia la República ha perdurado.

Me viene una sensación que en momentos al leer “La Promesa de la Vida Peruana” Basadre parece ser un Couch de esos que te dicen que a pesar de todo no te rindas, que debes seguir luchando, que debes entrenar y prepararte más para desafiar la realidad y cambiarla. Decía Jorge Basadre “En el Perú de 1930 madura un elemento psicológico sutil que puede ser llamado la promesa, impulsado por la angustia metafísica de vivir libres”.

Al parecer la idea de una República totalmente concebida sigue siendo solo proclama, siempre los extremismos, individualistas de la derecha o intervencionistas de la izquierda, paradójicamente no permiten pasar de la proclama a la realidad de una verdadera República.

Y vuelves a encontrar en más paginas mojadas al Couch Basadre decirte que el Estado debe liderar el progreso material para sus ciudadanos impulsándolos, nos llama a deshacernos del exagerado individualismo de los liberales, hoy neoliberales, como también de la carencia de fe en el país de los conservadores, como dándole la contra a González Prada.

Entonces, como ciudadanos, debemos ir tras esa patria justa, donde la preocupación no solo sea por el reparto, sino también sea por al aumento, como decía el propio Basadre. Seamos una república creciente, estamos por cumplir apenas 200 años, estamos en proceso y como en todo nunca faltarán decepciones, retrocesos y sobre todo avances, que siempre serán relativos, pero se harán, solo se requiere de esfuerzo, esfuerzo conjunto.

Terminar nuestra república inconclusa no pasa por quien, sino por cuantos estén comprometidos a hacerlo, definitivamente necesitamos a todos los ciudadanos peruanos. Por decir en Tacna prácticamente nos hemos bajado un “tarifazo” abusivo con la unidad de los ciudadanos ¿pudo ser mejor? sí, ¿se pueden lograr muchas más cosas? sí. Todo depende de la conciencia ciudadana, de madurar como electores, y de interesarnos por la política, por la verdadera política esa que corresponde al espíritu ciudadano de una República, quizás demoremos o se necesiten algunas generaciones, pero comenzar por algo es imprescindible, allí la obra hecha quedara y será continuada por los que vengan.     
    
Cito a González Prada decir “Las obras humanas viven por lo que nos roban fuerza muscular y de energía nerviosa. En algunas líneas férreas, cada durmiente representa la vida de un hombre. Al viajar por ellas, figurémonos que nuestro vagón se desliza por rieles clavados sobre una serie de cadáveres; pero al recorrer museos y bibliotecas, imaginémonos también que atravesamos una especie de cementerio donde cuadros, estatuas y libros encierran no solo el pensamiento sino la vida de los autores”.

Tengo una fe creciente, milito como muchos en un Partido Político nuevo, de idea renovada y diferente sin extremos ni devaneos, de doctrina clara, tolerante, pluralista y orgánico, pero sobre todo que envuelve implícitamente el hálito intelectual que Basadre nos legó a los ciudadanos que concluiremos la Republica anhelada. Y ¿Por qué no? Se vislumbra en un Partido nuevo con la enorme voluntad de sus militantes, por eso nada me quita la esperanza. Para mí el Perú es un organismo, quizás enfermo como dice Prada, pero vivo y como todo organismo puede producir una enormidad de glóbulos blancos para combatir esta precariedad de conciencia ciudadana y llevarnos a la esperanza de la vida peruana.  

Termino citando a Basadre que dice “La promesa no se define por las metas de un viaje terrenal sino por el espíritu de afirmación nacional que lo impulsa. El hombre necesita tener un ideal que perseguir, una esperanza que realizar”. Y digo; realizar por fin la República que demandamos a la historia que hoy a nosotros nos toca escribir.

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