Sus pequeñas cosas (reeditado)

Oye papá, que es un blog?, me pregunta mi hijo mientras caminamos por la alameda; seguro lo escucho en algún lugar. Yo le digo: sabes hijo Yo tengo un blog. Enséñamelo quiero ver como es; me replica él inmediatamente. Al final cuando le muestro el blog, el me dice en una opinión muy juiciosa y absorta; que es aburrido. Yo solo lo miro y sonrío resignado.

Es que mi hijo está creciendo, es un niño íntegro y afable, me dice las cosas que piensa y la idea que tiene de las cosas claramente, algo que me da gusto, sobretodo que sea sincero conmigo. Muchas veces me pongo a pensar meditabundo mientras él juega y corre, si yo hubiera sido como él en mi niñez, seguro mi padre hace rato me hubiera mandado dormir de dos o tres correazos. O si le dijera lo que pienso de algo que contrariara su juicio de las cosas, seguro me ganaría más de un bofetón.

Las cosas han cambiado mucho, quizás siento que soy con mi hijo lo que mi padre nunca fue conmigo. Quizás por eso siento que tengo un amigo, que a la vez es mi hijo. Al llegar a mi casa lo llamo: Ian! Hijo! Ven!... te voy a leer una historia que escribí en mi blog cuando tu tenias dos años. Mientras él se sienta en mis piernas.

Dice así:

Lo conozco solo hace dos años, y ya no puedo admitir mi vida sin él, no sé qué haría si no estuviera.

Yo le digo que no, te puede hacer mal; y él se enfada por que no le compro el “cua cua” o el “pulpin” que tanto le gustan. Y le digo: - Iancito, por favor, no me hagas renegar –  el frunce en seño. Me hace reír.

Salgo del trabajo agobiado y con hambre. Llego a mi casa a almorzar por la tarde y mi hijo grita y llora, está con un genio de los mil demonios. No le da deseos de comer y hace lo que le viene en gana. Yo lo reprendo y le digo que obedezca; el rezonga unas palabras en voz alta que no le entiendo que me hacen reír.

El quiere jugar con agua, le encanta jugar con agua. Yo le digo que basta, porque se puede enfermar. Lo distraigo con otra cosa; le armo un castillo con las piezas de su playgo y sus juguetes, él se enerva y derriba todo lanzando las piezas del lego por todos lados. Yo lo reprendo le digo que eso no se hace, y mi mamá me dice que yo a esa edad era igual, así que debo tener paciencia.

Lo voy a recoger a casa de su madre para pasar el día juntos, y su madre me dice que se porto mal, que no hace caso y solo quiere hacer su voluntad. Me pide que hable seriamente con él; y Iancito se despide de su madre con un besito y me apura a salir. Cuando salimos, corremos y nos divertimos tanto que se me olvida que debo hablar con él. Le digo que luego hablaremos seriamente y a él parece no importarle.

Quiero comprarme un par de zapatos en D’moda, como son caros debo ahorrar un poco. Pero de pronto debo comprar alguna medicina o alguna cosa para Iancito; y las medicinas son costosas y algunas cosas no las encuentro en baratas, así que dejo los zapatos para otra ocasión. Primero es mi hijo.

Su madre me dice que Iancito debe tomar unas vitaminas para el invierno que se avecina, para combatir su alergia al clima frío, que dicho sea de paso lo ha heredado de mí. Las vitaminas son caras, pero mucho más caro es llevarlo al médico y ver su receta, así que mejor lo primero.

A Ian lo invitan a cumpleaños, va con su madre y muchas veces también yo lo llevo. Le digo que me acompañe a comprar el regalo para el cumpleaños – mala idea -  debo comprar un regalo y algún juguete para él, le compro algo modesto pero lindo. Iancito se alegra, me divierte verlo a él divertirse, hasta que rompe el juguete que apenas acabo de comprarle. Me dicen: los niños son así.

Con su madre nos sentamos en charlas muy largas sobre mi hijo. Tenemos una buena relación, aunque no faltan siempre esos altibajos que ésta responsabilidad de padre trae consigo y que es nueva para mí, pero que trato de forjar lo más indulgentemente posible.

Y no me es muy difícil porque la madre de mi hijo es una gran mujer. Mi hijo siempre esta como un anís, su madre se preocupa mucho de él, como debe ser. Ella me trata bien, me ofrece siempre algo de tomar o de comer, Yo trato siempre de estar bien con ella, de hacerla sentir bien, de hacerla sonreír. Necesito saber que está bien, que está contenta, que está ilusionada por la vida.

Es que ella sabe que se equivocó conmigo, me lo dice siempre que se molesta. Pero el azar del destino entreveró nuestras vidas de un modo que ya es definitivo por nuestro hijo, y por eso sabe también que a estas alturas lo mejor es aceptarnos como somos y aprender a respetarnos a pesar de todo, de su modo de pensar, y del mío que ella no entiende y reprueba, pero que es mi manera de ver la vida.

Ahora pienso, hubiera sido tan fácil que ella eligiese odiarme. Pero ella entendió, sabía que honraría a mi hijo, que yo jamás iba a ser un mal padre, un padre malo, egoísta, degenerado, un padre ausente. Por suerte ella creyó en mí y creo que al no defraudarla ella se hizo más fuerte y más sabia y en cierto modo también encontró unas formas más serenas de felicidad que quizá le hubieran sido negadas si hubiese elegido el camino de la dureza y el rencor, si hubiese decidido ser mi enemiga, como de seguro alguna vez esas “amigas” le aconsejarían muchas veces.

Mi hijo en sus dos años, me ha enseñado muchísimo y ha madurado lo que yo en mis treinta años jamás imagine. El sabe que lo quiero mucho, aunque despedace mis cosas, raye mis Cd’s, destroce los ceniceros de mi casa, rompa los pocos adornos de mi sala, malogre mis celulares y tenga que soportarle sus berrinches sin motivo propios de su edad.

No importa nada de eso, cuando llego a mi casa cansado de trabajar, agobiado por los dilemas que a nadie le faltan, cuando estoy tan solo con ganas de desaparecer de este mundo, cuando nada de voluntad me queda; abro la puerta de mi casa entro y con su vocecita me dice: Papá! Papá!... y corre asía mí y me abraza, yo lo cargo, lo beso y le digo que lo amo, el me sonríe y con un besito me hace el hombre más feliz del mundo.

Que te pareció.

Pregunto a mi hijo, a lo que él me responde en silencio con un abrazo; diciéndome: sí que era travieso. Mientras yo sonrío emocionado abrazándolo, escucho al oído: papá te quiero mucho.

Sé que aprenderás muchas cosas más en la vida hijo, yo solo espero estar a la altura de todo aquello en lo que me toque enseñarte. Pero no sabes cuánto tú me has enseñado a mí en todo éste corto tiempo. Y me dado cuenta que a pesar de considerarme un libre pensador. De pretender saberlo todo. De tratar de entender todas las cosas. Aun tengo mucho que aprender y tanto que recorrer. Algo que espero de corazón hagamos juntos hijo, hasta que mis pasos no puedan más, y éste cuerpo deje volar mi alma para velar por ti, contemplándote desde alguna estrella, y poder acariciar tu frente madura como un soplo suave de brisa nocturna.

Al final luego de un pequeño lapso de silencio me dice: Papá, qué quieres que te regale por el día del padre?  Yo le respondo; mi mejor regalo eres tú, y el sonríe con una mirada brillosa.

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