Hace un par de días
subí un post en mi cuenta de Facebook que habla de la dificultad para encontrar
la felicidad que tiene la gente inteligente, a mi parecer en ese post se
confunde la idea de ser “inteligente” con la de ser “culto”. Eso me hizo recordar a una muchacha de Arica
con la que platicamos de la felicidad.
Fue una tarde, como
muchas, en el atrio de la Catedral reíamos con mi hijo cuando él hostigaba a
las palomas que escudriñaban el maíz que se embuchaban cuando se los arrojaba,
mi hijo tenía en ese entonces apenas 4 añitos.
Una chilena buena
moza que nos observaba me dijo: - que lindo sos’ tu nene po’... necesitái un
babero para ti... Y luego me pregunto: - estaí muy feliz con él? ...porque te
poneí rojo? Yo un tanto apenado le dije: - no, que no estoy feliz – y ella se
sorprendió. Yo continué y le dije: - que fui feliz en el momento que nació, que
ahora con mi hijo soy muy dichoso y afortunado.
Con rostro de
ingenuidad, creo que aquella belleza chilena por primera vez se enteró de su materia gris y sonrió, presumo que me entendió. Supuse que logro hacer
andar eso que para la mayoría existe sólo cuando necesita de una aspirina. Y es
comprensible, pues la mayoría de jóvenes y no tan jóvenes, compiten por esa
felicidad que apuesta por la ignorancia, el salivazo en la vereda, el programa
de entretenimiento televisivo como fuente de información, la cervecita como
única expansión de la entrepierna y la pendejada como máxima realización.
Es sabido que la
“felicidad” fue invento de los griegos de la época dorada. Y según el
diccionario “felicidad” es un estado de ánimo del que se disfruta lo que se
desea.
Pero lo que no se
dice, pero sí se sabe, es que la “felicidad” es la más transitoria de las
sensaciones, es decir que la felicidad no es perenne pero si renovable.
Uno de los primeros
en conceptualizar la felicidad fue Aristipo de Cirene dando un significado
práctico común. Pero a mí parecer; hedonista hasta los forros. El decía que
felicidad era un sistema de placeres que había que buscar cotidianamente.
Luego surgió
Aristocles Podros, más conocido como Platón, a enjuagar los sesos y señalar que
felicidad no era el placer sino la virtud, sobre todo la justicia y la
formalidad de todo lo más puritano. Fue un concepto del que presumo,
posteriormente se valió la iglesia como progenie del sentimiento de culpa
llevado como práctica dogmatica de dominio. Todos sabemos que sin culpa no hay
miedo y sin miedo no habría Iglesia.
Por eso lobotomizan
en las mentes frágiles lo tan importante que es la comunión con Dios “como el
único camino a la felicidad”. Si no aceptas cual ciervo ese precepto, serás
juzgado en el tribunal de la moral, y condenado a ser convertido en parrillada de
la inquisitoria Ley, como lo fueron decenas de miles librepensadores.
Creo que en
realidad la “felicidad auténtica” depende de lo que cada individuo entiende por
tal. Sin dogmas anacrónicos que esclavicen la conciencia del ser humano
impidiéndole que piense por si mismo. Sin embargo, parece que la “felicidad”
muchas veces es condicionada demasiado pronto y termina ahogada por la
“felicidad oficial”, “la felicidad de la mayoría”, “la felicidad de telenovela”.
Sin embargo, hay
cosas que aún me permiten pensar que ésta “creación” llamada felicidad sí
existe, como el esmero de la naturaleza, la música heavy metal, los libros, el cine,
en los niños y sobre todo en las experiencias; es que allí uno encuentra las
herramientas para ser mejor, y expresar la realidad a quienes aún se encuentran
afiebrados, apasionados y ocultos en un intenso mea culpa. Como dijo Fernando
Savater “El secreto de la felicidad es tener gustos sencillos y una mente
compleja, el problema es que a menudo la mente es sencilla y los gustos son
complejos”.
Algunos amigos
cuando pregunto, me dicen – vivo feliz – pero lo expresan con la misma
fragilidad con la que sostienen esa palabra, y veo en su rostro el autoengaño
de todas sus verdades; parecen defraudados en el matrimonio, timados en el
amor, burlados en el negocio prospero, estafados en la promesa de la felicidad,
buscando a quien culpar, muchas veces, casi todas las veces, por las
consecuencias de sus propios actos.
La felicidad visita
poco, viene en muchas formas, se va sin avisar y sin darnos cuenta. Hasta que
nuestros ideales. El esfuerzo ante la adversidad y vivir haciendo lo que uno
desea, la invite a cenar y nos acompañe en las satisfacciones esporádicas que
uno va creando, construyendo en ésta vida.
Aprender a no
responsabilizar de nuestras cuitas a terceros, y precisarnos que cada uno es
garante de sí mismo, y premioso inapelable de las consecuencias de sus propios
actos e ideales. Buscándolos sin rehuirles, sin esquivarlos, sin creer que la
felicidad es la quietud del agua de estanque, qué es el modus vivendi del
sedentario mental que al sol cree lo mismo que a la luna, ignorando que la vida
es corta y no tiene segunda vuelta.
Es idiota pensar
que es feliz el que vive sin tener que comer, el niño maltratado. Como también
es igualmente idiota decir que se es feliz haciendo lo que no se desea, tener
que trabajar en lo que no gusta. Sin poder estudiar lo que uno quiere y sin
ejercer lo que uno estudio, esa es la hechura de este país que sonríe para
fuera y llora por dentro ante la desigualdad y la falta de oportunidad que la
demografía creciente afirma cada vez más con paso de titán.
Todos tenemos un
significado de la felicidad, pero cuando leí a Jean Paul Sartre que dijo: -La
felicidad no consiste en hacer lo que uno quiere, si no en querer siempre lo
que uno hace- estoy seguro que dio en el clavo, hacer y sentir lo que a uno le gusta, lo
que a uno lo motiva, esas son las formas de felicidad.
Luego de una amena
charla con aquella chilena preciosa, nos invito a mi hijo y a mí un heladito en
Piamonte. Conversamos por el messenger y siempre me invita a visitar Arica,
quizás vaya, nos hagamos felices una noche, y al día siguiente me regrese mirando
el ocaso del sol, con la felicidad dibujada en rostro.