Hoy recuerdo gratamente que fueron noventaicinco días de
espera que sucumbieron en un grito colmado de pura adrenalina de un sueño por
fin cumplido. Desde el momento que tuve la entrada al concierto de Maiden en
mis manos -que espere desde mi acabada pubertad hasta ésta perspicaz adultez- la
esperanza de ver la banda del heavy metal jurada en la inmortalidad por fin se
haría realidad.
Deje como muchos; el trabajo, los estudios, la casa, la
familia, los amigos, en suma todo lo que pudiera estorbar la pasión de ver a la
doncella, todo lo que no se necesita para disfrutar los mejores dicibeles del
heavy metal de éste planeta.
De noche la embarcadera imperial en ruedas comenzó su
marcha hacia la Capital donde se cumpliría mi sueño del heavy metal.
Hasta que por fin a la mañana siguiente llegue a Lima por
enésima vez; a esa ciudad como siempre espantosa no solo por sus contrastes
escandalosos de la arquitectura rasante de sus barrios, de su garúa mediocre y
grisáceo cielo, de la cara de postguerra de sus distritos recontra meados; si
no también, por la cagasón de sus parques desatentos y las bestias 666
brevetadas para las combis.
La caótica ciudad y su viejo estadio serian la sede del
encuentro con la banda tantas veces llamada monstruo del rock.
Imagine llegar como un Fernando De Magallanes al estadio,
pero llegue como un Cristóbal Colón. Ya otros estaban allí mucho antes que yo.
Lo que me dejo patitieso de la impresión. Es que me jure llegaría primero, pero
no fue así.
Luego de instalarme en un hotel cero estrellas; salí y me
acerque a conversar con los primeros metaleros, les pregunte ¿desde qué hora
estaban aquí? y entre melenas me respondieron “maiden!, maiden!, maiden!…” les
volví a preguntar ¿por dónde es la entrada para la sección “2 minutes to
midnight”? Y señalándome el camino me respondieron “maiden!, maiden!, maiden!…”
Yo un tanto liado les volví a preguntar ¿han visto a alguien de Tacna por acá?
y me respondieron “maiden!, maiden!, maiden…!” imaginé que me decían “nadien
nadien nadien…” por decirme “nadie” así que fui a buscar el ingreso que me
correspondía para al concierto.
Por fin las primeras señales del ingreso para la sección “2
minutes to midnight”. Apenas y leí el cartel de entrada y raudos se apostaron
en el lugar entre unos quince metaleros y metaleras con frazadas, carpas,
fiambres y trago. Yo estaba en polito, blue jeans, chalas y un powerade sabor a
mora en la mano, nada más.
Pero como un buen fan y un guerrero del metal, me sume a
la cola tempranera del concierto. Lo impresionante es como ésta banda de Heavy
Metal puede convocar gente de todo el Perú. En aquella cosa me encontré con
muchísimos amigos de otras partes; de Arequipa, Puno, Juliana, Cuzco y Lima
mismo, además de los amigos que pude hacer en la espera al concierto, fue algo
increíble y además excelente.
Pasaron y pasaron las horas y cada vez más gente, más
pelucones, más borrachos, más desastrados, más pitucos cicateros y más metaleras
pipilépticas, todos con un motivo; ver a Iron Maiden.
La muchedumbre enfilada coreaba Maiden! Maiden!... el gentío se hizo sentir; se veían metaleros
nacidos del odio rural y legítimo. Poleras de Maiden por doquier vistiendo a
falanges del resentimiento histórico. Catervas de jóvenes llegados de la estera
a escupir Lima a discreción. Escuadrones llegados del arenal distrital gritando
diatribas de rencor social justificados y acompañados con “Maiden carajo!” y
así llegaban y llegaban huestes de todos los colores, de todas la calañas, de
todos los fichajes abrazados coreando Maiden! Maiden! Maiden!... en una
autentica fiesta de fiebre Maideniana.
Hasta que por fin llego la hora de ingresar al recinto,
al viejo estadio que sería el mudo testigo de la noche más gloriosa de los
cuarenta y cinco mil heavys que se dieron cita aquel 26 de marzo.
A las 3pm Lentamente comenzamos a ingresar, los nervios
asaltaban el corazón emocionado, pasada la puerta de ingreso el alma obligaba a
correr al cuerpo hacia la mejor ubicación del estadio para la espera final.
Todo fue impresionantemente puntual y de una calidad
sorprendente, a las 6.50 pm Masacre de Perú hizo lo suyo, luego una
gigantografía se despliega en el escenario y aparece Lauren Harris demostrando
que es la hija del fundador de Iron Maiden.
Y por fin alrededor de las 9 en punto de la noche las
pantallas gigantes comienzan a proyectar el video del Ed Force One con el fondo
musical de la canción “Transylvania” todo el estadio estallo comenzando a
corear “oole! oole! ole! ole… Maideeen Maideeen!... oole! oole! ole! ole…
Maideeen Maideeen! Cuando entre gritos se escucha el ruido de motor de los
viejos aviones Spitfire ingleses y la voz inconfundible de Winston Churchill en
la proclama de junio de 1940;
detona la emoción en todo el Estadio Nacional, se escuchan
los primeros acordes del tema “Aces High”, y comienza lo más perfecto que mis
retinas lagrimosas han visto y mi corazón emocionado pudo sentir para nunca más
olvidarlo.