Temblor!!!

Es un sobresalto de mal pronóstico y madrugador. La madre naturaleza, zarandeando el dedo índice, parece decirnos que al extremo sur le perdonó la vida. Por ahora.

Esta sabia madre tiene como instrumento castigador, cual si fuere una palmeta ominosa de teacher; al temblor. Que parece un roce casi libidinoso de placas tectónicas excitadas por la aurora del amanecer. Algo que definitivamente nos recuerda que somos parte de todo y no únicos en esta tierra.

En este lugar, al que creemos que sometemos a nuestro antojo. Al que le chupamos la sangre en forma de recursos naturales. Donde abusamos de los recursos forestales. En el que nos violentamos por los recursos petrolíferos. Donde nos convertimos en auténticos kamikazes de la globalización que ni Takijiro Onishi hubiera imaginado y llevados por el capitalismo industrial a un solo grito en “misión bien cumplida” hacia la destrucción de este planeta azul, cada día más gris,  hasta comernos en galletitas.

La madre naturaleza tiene sus propias leyes, es sabia en su aplicación. Como una jueza a martillo esgrimido mantiene el equilibro natural de la flora y la fauna, con sus cambios naturales. Ese equilibrio que como mosca en la sopa, va echando a perder el humano.

Es algo que el bípedo pretende avasallar con ahínco. Pero que la sabia naturaleza alecciona muchas veces severamente. Haciéndonos padecer nuestro crecimiento demográfico en desproporción y desorden a la pobreza inminente.

Construimos caseríos inmensos donde un derrumbe, un huayco, un maretazo, un desborde de río o un terremoto lo desaparecería de un plumazo. Vivimos en un país tan hermoso como implacable. Con paisajes preciosos y volcanes ansiosos de erupcionar. Con playas hermosas y tsunamis prestos a arrasar. Con ciudades históricas y suelos ávidos por retemblar.

Somos un país dotado de hermosura, muy lindo pero con un cinturón de fuego bien ceñido a la cintura que hoy nos recordó que no estamos preparados para llevar lo que cargamos irremediablemente ahora más que nunca, el peso de ser una zona de alta actividad sísmica.

En el Perú hay registros de sismos que dieron lugar a gran destrucción; entre los más grandes se encuentra el sismo de Lima  del 28 de octubre de 1746. Según descripciones de la época, el sismo tuvo una duración de varios minutos o de "más de tres credos mal rezados". Un Tsunami posterior arrasó el vecino puerto del Callao, pereciendo cinco mil personas y desapareciendo miles más. Sin contar el terremoto de Ancash de 1970 y otra vez Lima en el año 1976. El de Moquegua, Arequipa y Tacna del año 2001. Y muchos más.

Un buen remezón sureño de seguro se nos avecina, y la sabia madre naturaleza ya parece avernos dicho aquello  muchas veces - guerra avisada, no mata gente - Así que a dormir con la ropa y zapatillas bien puestas y una linterna en la mano. Ah! sin celulares, porque no servirán para nada.

Estaba fisgoneando una enciclopedia sobre sismología y encontré que la historia cuenta que en América Central las culturas precolombinas pensaban que cuando la Tierra estaba sobrepoblada, cuatro dioses que sujetaban la tierra, la sacudían para retirar la gente sobrante y reestablecer el equilibrio.

Imagínense que eso fuera cierto, que una rara fuerza se encargara de controlar el equilibrio de la sobrepoblacion. Pregunto, quien o quienes desaparecerían inmediatamente? Me respondo. Estoy seguro que se esfuman los asentamientos humanos, los conos y las invasiones.

Acaso en la práctica no es así. Siempre los desastres acaban con los más pobres. Un terremoto le pasaría la factura más costosa a los que menos tienen, es decir a los que sobran en esta sociedad de desigualdades cataclísmicas. Pareciera que esas culturas precolombinas, en su candidez tuvieran razón histórica.

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