Mejor mayor, Mejor menor


Vivir amoríos incontemporáneos adrede, han disipado las perplejidades a las  que apaleaba mi corazón enamoradizo, y han provisto de  brillo mi visión de la mujer a algo que creo más diligente.

Esta edad efímera de juventud moza y mente fría me han reservado idilios de desiguales edades, de muchos y de pocos abriles, y hasta de problemas serios hasta lo severo y cosas estúpidas hasta el desparpajo.

Esta edad fugaz y zascandil, pero de ideas muy claras, donde uno se forja en serio su futuro. Se ve lamentablemente en muchos casos, que también es edad de muchachada con piel de borrego y sesos de aserrín, de “si la mayoría lo hizo, también debo hacerlo” es esa juventud de pies juntillas y ojos cerrados. Por suerte habemos algunos emancipados de pensamiento y sacudidos de todo lo inútil y engorroso de las “tradiciones”, hasta el mismo Basadre lo decía en su “Carta a la Juventud”.  

Para ser lo que uno desea ser y ser el mejor, ésta edad es precisa. Y para amar y ser amado ésta edad es perfecta. Sin el resquemor moral del maridaje, amarrador de espíritus independientes y sosegador de corazones francos. Porque está probado que el amor y el matrimonio se parecen tanto como el vuelo de ave y el pesado grillete, en esa ilusión absurda convertida en resignación asfixiante.

El trajín de la vida me reservo amores de todo calibre. De cuarenta bien vestidas, sexys e inteligentes que amé por su madures, por la certeza de tener cubierta su cota de relaciones importantes y compromisos irrenunciables. Me confirmaron que ser para ellas un amante posesivo y absorbente, es ser lo que más detestan y es lo que más detesto ser. No obstante debo subrayar “inteligentes” porque aun después de los cuarenta, aunque no lo crean, existen maduras de cuerpo y verdes de cerebro.

Mis amores de veinte me robaron ternura y simpatía, pero también me regalaron sus inocencias y alegrías. Eran las que sin avisar aparecían donde no debían. Las que debí recoger de la U cuando el trabajo me absorbía, porque en caso contrario el berrinche era inminente. Siempre sus pláticas fueron para mí un festejo de risas a su ingenuidad, y mimos de compasión a sus preguntas.

Cuando salgo con las de veinte, me adornan con su belleza y me alegran con la frescura de su personalidad, un paseo con amigos en carro por el centro las hace sentir sexys cigarrillo en mano. Una noche en el Eurobar las parrandea en excitación. Un osito de peluche las emociona. Un paseo de la mano por la alameda las hace feliz y una caminata por la orilla de la playa al atardecer las hace suspirar. Todo regocijante y ameno según el peculio de ocasión. Por que para ellas el ideal de caballero es la trasnochada pedagogía de mamá: “él es hombre y si te quiere, que te invite”.

Mucha discreción, una buena botella de vino en una habitación con cama de agua es el regocijo para las de cuarenta. Se burlan de las parrandas en discoteca. Les parece atorrante pasear de la mano por la alameda y demasiado cursi la orilla del mar al atardecer. A las de cuarenta no necesitas confesarle tus pecados, ellas los saben y te dicen las cosas francas y directas. Disfrutas de lo más fino sin importar el peculio, porque si falta ellas cuentan con el suyo.

Embelesarse haciendo el amor con la de menos abriles es el placer de la fragilidad en flor de veinte. Es entregarse en cuerpo y alma para ellas. Es darse al amor de su vida y sentirse amadas por quien las ama. A las de veinte el orgasmo les es inédito y apasionante hasta el trance por la senda del remordimiento por lo que dirá papá, o lo que iré a pensar yo, cuando en realidad nada de eso importa.

Hacer el amor con las de cuarenta es desbordar lo viril en la pasión cuando arde sobre la cama, es ser el toro que desean y contar cuantos orgasmos sintió hasta ser el mejor de todos, porque su experiencia es comparativa.

El sexo con la de veinte es sutil, dulce y amoroso, con la de cuarenta es súbito, ardiente y apasionante.    

La de veinte procura revisar tu celular y tus mensajes creyendo que no te percatas de ello, signo de su inseguridad y traviesos celos que provoca abrazarla con cariño acariciando sus cabellos con una delicadeza que las calme. A la de cuarenta le resulta inusual molestarse por ello, pero si algo la ofende no duda en disparar un bofetón, solo eso parece darles el sosiego ante algún comentario idiota.

La de cuarenta te platica seriamente sobre su divorcio y de la comodidad de volver a sentirse independiente. La de veinte te habla de la ilusión de casarse de blanco y anhela el matrimonio delirando ser lo más sublime de su existir.

A las de cuarenta les importa poco lo que opines de sus actividades, ya son profesionales en su quehacer. Cuando daba mi parecer, siempre se mostraban seguras de sí mismas y esgrimían puntos de vista convincentes. A mi enamorada de veinte debo ayudar en sus trabajos universitarios, carecen de iniciativa creadora. Pero le importa mucho lo que piense del jean que se pone, o si el top es muy escotado o esa foto del facebook. Las de menos abriles, en su simpleza siempre resulta algo entretenidas.

Esta edad que permite flirtear entre mujeres de veinte o cuarenta abriles es el ego que se va en un suspiro, es enseñar y aprender. Es el estímulo ideal de la libertad conferido apasionadamente a la vida. Y la vida es pasajera, por eso apremia vivir forjando lo que uno debe ser, pero sin dejar de darle al cuerpo lo que necesita y desea. Porque como bien lo dicen, la juventud es la época en la que soñamos hacer aquello que en la vejez lamentamos no haber hecho. 

Antes del siglo XVII Jean de la Bruyere dijo: “La mayoría de los hombres emplea la primera parte de su vida en hacer desgraciada el resto de ella”. Entre muchas cosas, creo que la privación, el sedentarismo físico y mental, los cuentos bíblicos de la moral, la abstinencia y la mente obtusa, es lo que más desgracia la vejez, la enclaustra al suplicio de tener muchos años y haber vivido poco.  Todos llegamos a la vejez averiados y destartalados, pero pocos, además, llegan satisfechos y contentos.

Ante el privilegio transitorio de la juventud; he comprendido que una juventud sin goce es una juventud desperdiciada. Si ésta efímera edad me permite gozar de los dulces más añejos y manjares más frescos que el menú de la vida permite escoger sin frugalidad con precios muy altos, cómodos y bajos, los gozaré.

Hasta que los años hagan lo suyo y tenga que conformarme sólo con los recuerdos ó el amor pille mi espíritu libre. Sin arrepentirme jamás que me atreví a deleitarme con lo permitido y lo prohibido.

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