Cuando escucho decir a la gente “no queremos más
minería. No queremos contaminación. Qué planeta le vamos a heredar a nuestros
hijos” pienso en el mío y reflexiono aquella idea en la que parecemos
encaminados con un entusiasmo suicida. Miró al cielo, al asfalto y siento que la
pesadumbre me culpa, la desazón parece señalarme con el dedo y la congoja me
hace pensar que a lo largo de la historia en este planeta existen –divorciados-
dos sistemas complicados; la sociedad humana y la naturaleza.
En todas partes se puede leer y oír “salvemos el
planeta”, “que la ciencia ha probado que el principal problema del
recalentamiento global es la actividad humana”, “que con la polución no hay
escapatoria, que los impactos pueden ir de dolores de cabeza, gordura,
adormecimientos, letargo, asma a canceres”; con lo que llego a la conclusión
que salvar el planeta y su medioambiente es un error. Porque en realidad el
ambiente como sea va a sobrevivir, nosotros somos los que no podríamos
sobrevivir. Porque es claro; nosotros al destruir la naturaleza nos destruimos
en el proceso también.
Y el punto de quiebre creo que fue en los 1800s en
el siglo XIX con el artefacto a vapor, luego la era del fósil-combustible pariendo
la bendita “revolución industrial” que dividió éste planeta entre primer mundo
y tercer mundo. Esos fueron los comienzos de la concepción putativa que tuvo la
globalización y que dio la palabra –hoy medio cojuda- llamada “progreso”; es
eso lo que creo que nos debe obligar a ésta generación a reinventar el sistema
industrial y reconceptualizar esa palabrita.
Quizás esto sea por la inexperiencia del mal llamado
“homosapien”, es que somos una especie increíblemente joven, no pensamos en eso,
pero así es. Hace mucho oí a un científico de color decir: piensen; “si
condesáramos la edad del planeta en un año, nosotros llegamos quince minutos
antes de que termine el año y toda nuestra historia humana ha pestañado en los
últimos sesenta segundos” y añadiría que fueron los 60 segundos de mayor
crecimiento demográfico desproporcional de la especie humana, por ejemplo entre
1930 a 1960 hemos crecido 50% de lo que nos tomo crecer los dos últimos siglos
asegurándonos hoy una crisis sobrepoblacional kamikaze.
Me da risa llamarnos “homosapien” cuando tan solo
creo que somos grupos animales esparcidos al azar a lo largo del planeta unidos
por especies o grupos en sociedad, algunos más grandes que otros, pero
condicionados por dos caracteres esenciales: uno es el oportunismo y otro la
codicia. Las plantas y animales serían los oportunistas porque únicamente hacen
lo necesario para sobrevivir, la otra seríamos nosotros la especie codiciosa,
la que se mata entre sí, a la que únicamente le espera la extinción “hombre
sabio” se sobreentiende. Se me fue la risa.
¿Se puede pensar que los políticos actuales son
“homosapien”? y lo pregunto sin cachita.
Los políticos no responden a la crisis del clima global, solo a la crisis
financiera global, no les importa lo verde del planeta, si no lo verde de los
dólares. Ellos responden desgraciadamente a ese poder, al poder dinerario, que
es un poder más alto, en la actualidad el money de la industria del
fósil-combustible corporation.
Para los sistemas políticos la “economía
medioambiental” esta disfrazada como un subsistema, y un subsistema de un
sistema mayor que es como la biósfera. El problema es que el subsistema, o sea
la economía está para crecer para expandirse, y mientras crece va reemplazando
y finalmente aplasta la biósfera. Ese es el costo fundamental -lo qué es y no
lo dicen- es “el costo de crecimiento” o de desarrollo; conocido como “las
externalidades”.
Ese “desarrollo” que desde la infancia la ávida
televisión lobotomiza en nuestra mente sin darnos cuenta ó nos damos cuenta y
simplemente no hacemos nada. Cuando estamos frente a la pantalla cualquiera de
nosotros o cualquier niño; promedio ve al día más de mil logos de marcas o
corporaciones, pero vemos menos de diez animales o imágenes de la naturaleza de
la selva, la cierra o la costa.
Esta tan insertado en nuestro subconsciente que
“todo va de maravilla” que la mayoría de las personas han aceptado el costo de ésta
metamorfosis climática creyendo que nunca nos va alcanzar, la tragedia es que
parece lo más cercano a ocurrir. La mayoría de gente se levanta en la mañana y
se preocupa del transporte al trabajo, de mandar a sus hijos al colegio, de
pagar sus deudas y solo piensan en comprar nuevas cosas, ir de vacaciones o lo
que sea. Con esa manera entumecida de pensar difícilmente llegaremos al fondo
del problema. Lo que se requiere es gente más consciente de las cosas de la
naturaleza que actúan en nuestras vidas y que se incrementará gradualmente en
el futuro cuando quede muy poco, eso hará del invernáculo un asunto catastrófico.
Es que somos consumidores desproporcionados,
compulsivos y sin amor propio. Claro como seres humanos indiscutiblemente
tenemos deseos materiales. Como sabemos; las cosas materiales son parte del
modo de ser, en cierta medida de cómo definir quienes somos. Ahora; no es que
el consumismo sea la maldición, el problema parecer ser que esta fuera de
balance. Eso quizás explique tanta gordura o nos revele a nosotros mismo cómo
un planeta de obesos flotando sobre hamburguesas y caca. Por cada camionada con
valor, se generan treinta caminadas de desperdicio.
Para lo cual la naturaleza tiene su batallón
emplumado y sus hienas risueñas encargadas de reciclar desperdicios. La
sociedad humana apenas y procura las economías de reuso, de combustibles
renovables a lo que parecemos vagamente encaminados, demasiado lento para algo
de lo que casi no hay tiempo.
El medio hermano de mi hijo me pregunta si existe el
fin del mundo; antes le decía que era improbable, pero ahora lo dudo. La verdad
no sé si la vida se extinga algún día, que hayamos cambiado radicalmente el
agua, el aire y el suelo del planeta y que afecte el curso de la existencia,
pero la vida es tenaz y adaptable a excepción de nosotros que somos los más
vulnerables.
La vida ha existido por más de tres o cuatro
millones de años con todas sus especies, pero el noventa por ciento se han
extinguido o se está extinguiendo, podríamos pensar que la extinción es parte
de nuestra vida. Quizás la extinción es lo que ha permitido a la vida florecer,
evolucionar y cambiar a las condiciones variables del planeta como diría
Darwin. La tragedia es que somos una especie joven y solo apuramos las
condiciones para nuestra propia muerte, de acuerdo con la ONU de cincuenta a
cincuenta mil especies se extinguen por daño de nosotros, la desdicha no es la
destrucción inminente de la humanidad, sino una enorme crisis de extinción que
estamos arrastrando con la nuestra.
Es penoso pensar que un día todo se esfume; todo
esto por lo que hemos peleado en el transcurso de la historia, todo ese frágil
lugar que ha navegado las centurias y los milenios para llegar a éste punto en
particular, todo para ser desechado rápidamente como vestigio de una sociedad
humanoide. Será solo huella de un mundo de consumismo, maljuicio, violencia e
injusticia de una civilización majadera y subnormal que el robot Wall-E acomodará
escombro sobre escombro como en su película que más parece una premonición.
Reparo como algo quimérico que el mundo desaparezca.
Pero si por alguna razón la raza humana por cualquier medio se erradicara del
planeta, la tierra no va a ningún lado y creo que con el tiempo se regeneraría lentamente
con lagos inmaculados, ríos cristalinos y montañas verdes; todo regenerado sin
la existencia de humanos como al inicio de los tiempos.
¿Y saben por qué?
Porque la tierra ha tenido, tiene y tendrá todo el
tiempo del universo; nosotros no. Además de una verdad que pocos quieren
reconocer; el universo no nos necesita para existir. Más conciencia
conciudadanos.