Se puede ser un necio en positivo y pensar al revés del
enrevesado modo de pensar del ser humano con hábito consumista; y tratar de
ser el envés de su revés.
Algo que; valga verdad, resulta siempre ser difícil; es
que al final como que uno se va resignando, como que uno se va ablandando, como
que uno se va agrietando. Y finalmente entras irremediablemente en el mercado
del Nazareno; y compras como loco de remate y gastas como idiota enamorado y te
endeudas como irresponsable y todo para cantarle su cumpleaños al niño que de
grande odió a los mercaderes y despreciaba a los fariseos, el niño que quería
que el hombre fuera otra cosa y condeno todo que lo hoy lo celebra.
Un día escuche decir a una mujer muy vieja, que “el
corazón de una mujer es un profundo mar de secretos” pero hoy creo que en
realidad el ser humano, el hombre es un montón de secretos.
Pero voy descubriendo cada día que esos secretos son más
bien mentiras; un montón de mentiras aparatosas. Un mar de mentiras en que el ser
humano navego en la historia y las centurias. Mentiras de bendición
obscurantista: Mentiras al corazón de telenovela. Mentiras a la poca fe; esa fe
verdadera que se asfixia en lo toxico de las religiones antagonistas y
ultramontanas. Esa fe real que hace falta tanto regalarnos a diario.
En fin, se dice uno, si la navidad de los católicos sirve
para que nos regalemos y reunamos los que nos queremos y para que extrañemos a
los que nos hacen falta, no está mal. Claro, si de eso se tratara. Si se
pudiera prescindir de ese panetón empalagoso con ese chocolate caliente y de toda
esa tranca pagana que se come a media noche en pleno verano.
Pero si tuviera que elegir la mentira más perturbadora,
más clamorosa y, en muchos sentidos, más abyecta, elegiría la de la religión;
la que nos ha dado esa fiesta en trineo, esa mentira con luz de neón y oferta
con intereses de cielo y de cupones, de epifanías y descuentos, pavos horneados
a la envidia y desazón de cono marginal.
En fin, creo que la realidad nos obliga a regalarnos éstas
fechas un poco de verdad al entusiasmo y al amor una dosis de reflexión memoriosa.
A la desigualdad de espíritu regalaremos lo más parecido a la uniformidad del
corazón dispuesto de par en par sin que exista lo impar.
A la envidia le regalaremos un cadalso con horca para que
se cuelgue, a la melancolía le obsequiamos una guillotina para que decapite la tristeza
y se degüelle a sí misma, a lo sombrío un poco de sol en sonrisa y al silencio
regalarle las mejores melodías del heavy metal.
A los riachuelos regalarle menos residuos de mineras y
más pradera, a la ciudad darle más carretas a caballo y menos combis y a las
combis choferes menos hediondos. A los migrantes del altiplano regalarles un
pasaje de regreso a sus tierras con todo e hijos que hubieran hecho aquí. A
Tacna le regalaría un país que la quiera y no la ignore.
A la alegría le regalaría la energía inacabable de un
niño, a la autoestima un rascacielos para que pose su sencillez en lo más alto.
A Dios le regalaría un manual del escepticismo sin editar y una enciclopedia de
la farsa con mayúsculas.
A Jesucristo le regalaría una máquina del tiempo para que
reescriba su revolución y sepa los errores políticos que cometió, también le
regalaría en vez de un pesebre un lecho donde haga el amor con María Magdalena
que el Papado ultramontano niega siete veces siete. Y a la estrella de Belén obsequiaría
un astrónomo sumerio para que diga toda la verdad.
A los fanáticos de la actual izquierda política sería
bueno regalarle un poco de derecha y a la derecha un tiburón blanco de siete
metros. A los comunistas sobrevivientes, una réplica del único muro que la
demagogia igualitaria no podrá derribar: la Gran Muralla China.
A los otros fanáticos les obsequio un poco de razón. Al
perdón, sabiduría. Y a la sabiduría un poco de tristeza, es que siempre escuche
que los sabios llevan la melancolía vestida de novia triste porque la soledad es
su amante.
A la tristeza no le regalo nada. Porque nada necesita la
tristeza.
A éste planeta le regalaría otros seres humanos que lo
habiten, y a los existente los enviaría en capsulas al deshecho espacial con
dirección, sin escalas, derechito al sol.
A mis amigos les regalo los mejores parabienes envueltos
en deseos de corazón. A los que se consideran mis enemigos les regalo de todo
corazón una tarjeta escrita que le recuerde que son unos “chupacacas”.
A mí, me regalaría un poco de más tolerancia y menos
hipocresía, finalmente creo saber de dónde viene todo esto, y creo imaginar
donde va. También me obsequiaría un vademécum para aprender a decir “no”.
Al final solo soy un grano de arena en esta playa llena
de cangrejos… solo me resta decir: Feliz navidad y un prospero año nuevo;
aunque sepan que seguirá siendo siempre lo mismo.
Feliz año nuevo… somos playa.